martes

jueves sin sol


Entré una noche pendoneándome en un bar de comadrejas y conejas,
atrapados en una telaraña humeante de cigarros a medio apagar.
La humedad corriéndose por las paredes y a mi vera
tres arquetipos insufribles con una mala mano de póquer.
Temblequeantes cargaban con habanos y sus cartas;
las gargantas, con unos cuantos vasos de licor, estropeando carcajadas.
Una barra deslustrada de codos y codazos,
un borracho aburriendo insinuante a una abatida camarera
mientras olíamos el cansancio del trapo secando el mostrador.
Escudriñados en una mesa,
unos ojos delictivos izándose para dejarse caer tan tristes y tan solos.
Un billar dormido, aturdido con reminiscencias de un pasado lleno de juergas.
Cuando el tabaco se asomaba presuroso entre mis dedos
y mis piernas insinuaban un triste vaivén,
la soledad decidió tomar partido en mi mesa.
Como sincronizado, él, intentando rescatarme de conclusiones desesperadas,
caminó sublime hacia mi alma y desterró de la silla a la nostalgia.
Los besos bailaron toda la noche una canción que no llegaron a tararear.
Amaneció con despedida y un regreso prometido en el quinto bolsillo de mi pantalón.
Recelo que algún día la soledad lo vuelva a invitar a nuestra celebración.