No puedo decir que el tono especifico de mi voz
no resulte extremadamente irritante a tus oídos.
No puedo asegurar sin una fe de erratas en la manga de la camisa
que tu manera de mirar las cosas que suceden alrededor
me resulta despiadadamente maliciosa y por tanto intolerable.
Como saber si la forma en que tus dedos tamborilean sobre la mesa
es exactamente el sonido que hace de mi humor algo atrozmente despreciable.
Es inaudito pensar siquiera que no pueda llegar a agobiarte
con cada sonoro sorbito de agua que beba.
Que pueda nacer una repulsión catastrófica entre estas dos almas
es una conjetura claramente pausible.
Dos semejantes que asemejan sólo en su discontinuidad.
Es cuasi perverso pensar que entre una posibilidad remotamente positiva
de ganar un amor y una seguridad tangible de una amistad
sin las posibilidades oxidativas de un conocimiento materialmente físico,
nos decantemos unificadamente por la tercera opción:
conocernos, repugnarnos y no volvernos a hablar.